A medida que pasa el tiempo la figura de Roberto Arlt se torna más y más grande. Hoy, a más de cincuenta años de su muerte, su nombre es más conocido que su obra. Una calle del barrio porteño de Caballito y una plaza del centro de la ciudad lo recuerdan. Tal vez él se hubiera reído de un hecho que podría haber dado argumento a uno de sus aguafuertes: la plaza está ubicada en el lugar que en la Época en que él vivía alojada a la hoy desaparecida Asistencia Pública
Arlt trabajaba como periodista, pero en realidad era un escritor de gran poder creativo y con un estilo inconfundible. En una época se decía que era sumamente desprolijo y que tenía hasta deficiencias en su ortografía. Pero lo verdaderamente distinto en él era su talento, un talento que permite parangonar su obra a la de Dostoievsky, Eugene Oneill, Scott Fitzgerald, y Henry Miller.
Las nuevas generaciones tienen que leer su obra, que es propia de un hombre de los años locos, de la generación perdida, en fin, de innegable arraigo y por ello, de jerarquía universal.