Si bien mucho se ha hablado de capacitación docente, lo cierto es que demasiado a menudo ésta ha estado circunscrita a jornadas esporádicas o a cursos aislados y descontextualizados que toman los docentes, ya sea por iniciativa personal o por requerimientos escolares.
A lo sumo, esa capacitación incluye oportunidades de realizar prácticas guiadas o de recibir asesoramiento y feedback sobre los efectos de determinada intervención.
Como resultado, los educadores más veteranos suelen mostrarse escépticos a propósito de las nuevas iniciativas de mejora.
Y algo de razón tienen, en la medida en que no es posible hablar de una verdadera capacitación sin remitirnos a la totalidad de la cultura escolar, así como tampoco es posible pensar en una mejora fuera de contexto.
Cualquier reforma seria y duradera debe echar raíces dentro de la escuela: difícilmente las semillas sembradas desde afuera logren prosperar, si no, media un trabajo colectivo de consenso sobre las metas y una participación compartida en los resultados.