Como bien lo ha dicho Hallward, todo retrato que se precie habla más de su artista que de su objeto, y el retrato de Wilde no podía ser una excepción. Su retrato, plagado de las frases célebres que su ingenio supo tallar con maestría, de un humor agudo y siniestro, de una honestidad adelantada a la hipocresía de su tiempo, permanece intacto al paso de los días. Como no podía ser de otra manera, ese retrato, a Oscar Wilde, terminó costándole la vida.