La Argentina es un país de antagonismos y contrastes, y Eva Perón encarna, como pocos, esa impronta latinoamericana. Pobre y oscura, en una cultura que se añora rica y rubia; rural, en una nación que otea desde la ciudad; huérfana y salvaje, entre una dirigencia cínicamente civilizada; mujer, en un mundo de hombres; y finalmente plebeya, en una sociedad que esgrime una extraña falsa conciencia aristocrática.
Su origen espurio, su arbitrariedad y tozudez, su vida en jirones y su patética entrega al destino están sólidamente anclados a su palabra, exasperada e incendiaria, a su justicia primitiva y a su inmolación. Evita no es un mito.
Es la encarnación de una ardorosa utopía traducida en una desesperada búsqueda de la justicia, un obstinado reconocimiento del otro, una profunda vocación inclusiva y un optimismo militante. A Evita no la asiste la razón sino la pasión.