Prólogo

Ingresé al campo de la patología ginecológica en 1973 cuando fue publicada la versión en inglés de la clásica monografía de Burghardt “Diagnóstico histológico temprano del cáncer cervical” (Thieme, Stuttgart y Saunders, Filadelfia 1973). Durante un viaje de estudios, me encontré por primera vez con Erich Burghardt en 1977, en Graz, y pasé varios meses en su departamento entre 1979 y 1980. Nuestra colaboración produjo un artículo reciente (Burghardt, E., A. G. Östör: Sitio y origen del cáncer cervical escamoso: un estudio histomorfológico, Obstet. Gynec.).
La idea de traducir su libro surgió en octubre de 1982 cuando el profesor Burghardt era un conferencista invitado en Sídney. Puede preguntárseme por qué, no siendo un traductor profesional, emprendí esta ardua tarea. Creo que este libro hace una contribución fundamental a la práctica de la colposcopia y su base histopatológica. La colposcopia, introducida por Hinselmann hace unos 50 años, ha sido ignorada mayormente por las comunidades médicas angloparlantes hasta hace poco. Sin embargo, sus nuevos conceptos han originado ciertas tendencias no deseadas ni bienvenidas en la práctica de la colposcopia. Este libro restaurará el balance.

Se mostrará que el papel de la colposcopia no es el de predecir el diagnóstico histológico, sino el de delinear la extensión de la lesión en el cérvix y, así, seleccionar la mejor área para la biopsia. El colposcopio no puede reemplazar al microscopio por dos razones principales. Primero, la invasión, o al menos la microinvasión, no siempre pueden ser excluidas por la citología y la colposcopia. Segundo, el mismo cuadro colposcópico puede ser producido por diferentes cambios histológicos, cada uno de los cuales puede tener una significancia biológica diferente. Sin embargo, este hecho será apreciado solamente si se realiza la colposcopia según el método de Burghardt en forma rutinaria en todas las pacientes. A través de esta rutina, pronto se hace claro que los patrones bien conocidos de puntilleado, mosaico y queratosis son con frecuencia expresiones de un cambio epitelial completamente benigno, pero específico, caracterizado microscópicamente por hiperqueratosis, paraqueratosis, acantosis y papilas estromales elongadas, solas o en combinación con lo que en alemán es llamado “abnormes Epithel”. Puesto que el término traducido estrictamente “epitelio anormal” no distingue entre lo benigno y lo premaligno, ningún término equivalente ha encontrado asidero en la literatura colposcópica y patológica en lengua inglesa, la cual lo trata simplemente como “metaplásico”. Además, los colposcopistas angloparlantes no reconocen la significancia de este tipo de epitelio puesto que la selección de las pacientes garantiza que no haya oportunidad de estudiar colposcópicamente los cuellos de las mujeres con frotis normales, en quienes dicho epitelio es frecuente.

Ni el término “epitelio anormalmente diferenciante” sugerido en la monografía antes mencionada (Burghardt 1973) ni la apelación “epitelio anormalmente madurante” utilizada en nuestro artículo (Burghardt y Östör 1983) superan el problema asociado con la palabra “anormal”. La designación “epitelio acantósico” empleada en este libro fue propuesta por el Profesor Richard Kempson, de la Universidad de Stanford, California, durante una animada conversación entre él, el autor y mi persona. Este término nuevamente no es ideal, puesto que el epitelio acantósico, aun cuando siempre es acantósico, frecuentemente muestra también paraqueratosis o queratinización. Sin embargo, evita la connotación premaligna y está establecido en dermatología.

El epitelio acantósico provee la clave para entender la discrepancia entre el diagnóstico colposcópico e histológico, y obvia la hipótesis de los cambios colposcópicos premalignos que preceden a los de la histología (Stafl, A., R.F. Mattingly: Angiogénesis de la neoplasia cervical, Obstet. Gynec.).

También se subraya la importancia de la conización. Este procedimiento ha alcanzado notoriedad durante las dos últimas décadas, debido a su uso indiscriminado y a las complicaciones atribuidas. En los países angloparlantes ha sido sustituido grandemente por los llamados métodos ablativos superficiales conservadores. Sin embargo, se observará que si se realiza con las indicaciones correctas y por médicos competentes, el porcentaje de complicaciones es aceptable.

Además, solo una biopsia por cono (procesada y examinada apropiadamente) provee una evaluación completa de todos los cambios histopatológicos en el cérvix. Todas las otras medidas terapéuticas destruyen los tejidos. La desventaja de las biopsias dirigidas, en comparación con la biopsia por cono, es que “es solo una parte la que vemos, y no el todo” (Alexander Pope).

Esta obra es la culminación de toda una vida dedicada al estudio del carcinoma preinvasivo e invasivo temprano del cérvix. El Profesor Burghardt ha tenido éxito al lograr tender un puente en el espacio cada vez mayor entre el laboratorio y la paciente, habiendo tenido un entrenamiento riguroso en todas las disciplinas requeridas para este propósito: citología, patología quirúrgica, colposcopia y ginecología. Es poco apreciado que él haya sido quien atribuyó por primera vez importancia diagnóstica al epitelio acetoblanco (Burghardt, E.: Über die atypische Umwandlungszone. Geburtsh. u. Frauenheilk).

Estoy en deuda con la Dra. Ruth Davoren, citopatólogo en el Royal Women´s Hospital, Melbourne, y con el Dr. Vernon Hollyock, el decano de los colposcopistas en esta ciudad, quienes han leído la traducción y han hecho numerosas sugerencias valiosas. Mi madre, la Sra. Magdalena Östör, ha ayudado con el idioma alemán, y con ella estoy agradecido.

La responsabilidad final del curso es mía, y espero que haya evitado los obstáculos epitomizados por el sabio francés, quien comparó las traducciones con las mujeres: “Lorsqu´elles sont belles, elles ne sont pas fideles”. Mi agradecimiento también para la Sra. Kathleen Cassidy, cuya experticia con el procesador de palabras hizo mucho más fácil mi tarea.

Finalmente, quisiera expresar mi gratitud a mi esposa Elizabeth, y a mis hijos Andrew Jr. y Charlotte, quienes han tenido paciencia mientras yo frecuentemente perdía la mía durante la larga gestación de este trabajo.

Andrew G. Östör