Es asombroso comprobar cómo el impetuoso proceso de globalización va sacando a relucir con igual o mayor ímpetu las características locales o nacionales de los pueblos. En países largamente sometidos a una férula imperial, esa erupción de lo particular y diferente adquiere justificado énfasis.

Pero que en un país de larga historia imperial como el Japón, que además tiene un protagonismo excepcional en el actual fenómeno globalizador, se manifieste ese mismo espíritu diferenciador e incluso racista resulta digno de estudio. Es lo que hace la autora de este libro, angloaustraliana casada con un japonés, al abordar los grandes problemas de la cultura japonesa desde una nueva perspectiva, deslindando el uso que ha podido hacerse de las categorías de raza, etnicidad, civilización, etc.

El libro va exponiendo nuevamente el hilo que va conformando estas categorías junto con las del nuevo ambiente, género, retórica, cultura, tradición, espacio, política y, claro, globalización. Es obvio que estos problemas, aunque estudiados en el marco japonés, tienen resonancias mucho más amplias. La introducción comienza con la definición que Samuel Johnson hizo de nación: "gente que se distingue de otra gente".

La historia está plagada de conflictos y guerras provocados por esta distinción. Pero también de culturas enriquecidas por ella. Y de líneas racistas de inclusión y exclusión sociales. Las tesis sobre el multiculturalismo que se debaten actualmente en el mundo universitario y que se expande a los de la política, la religión y el arte abren un nuevo espacio a la discusión.

El punto de partida de la autora es el de que las líneas de exclusión que dividen unos pueblos de otros, existen también dentro de los confines de cada nación y se reproducen a través de las fronteras como una reacción en cadena. La única perspectiva plausible es la de esbozar nuevas fronteras que den cabida a la intersección, la multiplicidad, la movilidad y el cambio.