Las prescripciones académicas y las convenciones sociales han forzado a que determinadas palabras no sean recogidas en los diccionarios ni reproducidas en letras de imprenta. Esta discriminación moralizaste encierra graves peligros para el espíritu de la lengua y constituye una serie amenaza para la creatividad del habla popular ¿Sobre qué principios descansan tales criterios censores y quienes pueden fijarlos? ¿acaso la frontera que separa lo prohibido de lo licito no cambia con las culturas, las sociedades y los tiempos? ¿No eran la ñoñería y la pudibundez completamente ajenas a los clásicos de las letras castellanas?¿No comete una hipocresía el lenguaje afinado y distinguido al sustituir las voces castizas por eufemismos? ¿No es cierto que incluso los términos más soeces siguen viviendo en el habla pese a que los guardianes de la decenciales cierren las puertas de los registros lexicógrafos?