Las adivinanzas están lejos de ser un simple entretenimiento infantil, por más que posean la virtud de sumergirnos en la magia de esa edad y deleiten a los niños. Concentran en su variedad toda la esencia de la metáfora, y comulgan en consecuencia con la poesía, si no constituyen fragmentos rutilantes de ella. Su amor enigma las lleva a preferir el camino intrincado, elíptico, el recto, poniendo así a prueba el ingenio del receptor y su sentido de orientación mental, hasta el punto de que lo común no es acertar, sino equivocar la solución, lo que obliga a seguir rondando lo que tan bellamente oculta.