La obra dialoga con la vida y la política de nuestros días a través de los ejercicios contemplativos de Ignacio de Loyola. Este proceso de transposición fue abordado como una puesta en escena enmarcada en una temporalidad específica: cuatro semanas con sus correspondientes puntos de diálogo y de contacto con la compleja realidad social actual. La presencia del público potencia la imagen y la acción; se vuelve un elemento del montaje y construye una nueva imagen total y tridimensional en la cual los aspectos religiosos conducen a la cultura política de maneras múltiples.