Intentar hacer poesía cuando la condición humana está degradada por la codicia irrefrenable obliga, a quienes ansiamos trazar algunos versos, a padecer la intensa sed -acaso la que sólo pudiera aplacar la justicia divina- de condena de la vileza a la que es sometido el hombre, todavía cautivo de los estropicios que provocan la voracidad de algunos y la ignorancia de muchos.

Atenazados por esta realidad, los textos de Interminable sed pretenden evadirse de ella apelando a un lenguaje descarnado, despojado de todo lirismo infatuado, para conformar un cuerpo en el que el temblor de los gritos silenciados y de los corazones compungidos se vuelven sordos alaridos de resignación, pero también de ocultos murmullos de la redención que ha de sobrevenir, más temprano que tarde, como un sismo de ablución total.