El valor de la obra de Casaccia está dado por su análisis certero de la realidad paraguaya, por su profundo conocimiento de las acciones y reacciones de sus compatriotas. Al escribir sobre ellos de manera descarnada, sin hermosearlos y sin atenuar su vulgaridad, su obra se convierte en un llamado de atención, en un grito de alerta.

La historia de La Llaga no es para nada extraordinaria, pudieron haber sucedido cientos de casos iguales, lo que la hace digna de admiración es el tratamiento que da el autor a esa anécdota.

Una madra viuda, cuyo esposo se ha suicidado, un hijo joven, indolente y posesivo con un complejo de Edipo mal resuelto y un pintor fracasado, amante de la viuda, estos son los elementos sobre los que se tejió la trama. Todos ellos viviendo una existencia miserable, soñando con algo que pretenden merecer, en un pueblo semimuerto, caliente como un horno y con miles de ojos -sobre todo los de la dictadura- fijos en todo lo que hacen. Parece una historia de final previsible y de fácil solución, pero Casaccia le otorga otra dimensión al introducirse en la psiquis de cada uno y en otorgarle una intensa vida interior a algunos.

Para muchos paraguayos leer La Llaga será como mirarse en un espejo que los retorna a un tiempo que aún no terminó.