En La vuelta al mundo en ochenta días, Verne insistió en su tema predilecto: los viajes. El autor francés, que entendía el progreso como una dominación progresiva del hombre sobre la naturaleza, se propuso demostrar la abolición de la distancia y la domesticación del espacio. Una victoria pírrica de Phileas Fogg, el flemático héroe, puesto que en realidad obtiene un tiempo ilusorio en un viaje de eterno retorno.