Dos son los profesionales que protagonizan este texto: los profesionales de un campo de conocimiento teórico que llamamos Pedagogía Social y los profesionales de un tipo de práctica educativa que se denominan educadores sociales. Los primeros, profesionales de la enseñanza, se encuentran actualmente atravesando un buen momento profesionalizador dado el reconocimiento que el Espacio Europeo de Educación Superior ha prestado a la titulación de Educación Social.
Los segundos, se encuentran en una situación similar desde que en 1991 el Estado entendió la importancia cíe esta profesión, la Educación Social, en sociedades del conocimiento, el riesgo y el bienestar. Dos grupos profesionales que se mueven y sitúan en dos campos laborales diferentes -unos en la Universidad y otros en ámbitos comunitarios relacionados con el tipo de competencia vinculada a su profesión- con objetivos (¿aparentemente?) distintos: los primeros orientados por y hacia el conocimiento y otros, los segundos, dedicados a retraducir, en buena medida, lo obtenido por medio de la formación (y lo adquirido por la experiencia) en acciones de carácter educativo ( no de modo exclusivo) pensadas para llegar a sus más diversos destinatarios. Pero estos dos colectivos profesionales (formadores en Pedagogía Social y educadores sociales) no siempre han caminado juntos. Un buen número de páginas de este libro se dedica a contar sus respectivas historias. Pero estos relatos no se llevan a cabo desde una lógica disciplinar asociada a una tranquila continuidad lineal sino desde una lógica profesional pensando en sus respectivos procesos profesionlizadores. Es bajo la cobertura de esta lógica que puede entenderse el que las competencias alcanzadas por cada uno de estos dos grupos o colectivos profesionales son fruto de estos procesos profesionalizadores recorridos a los largo de los años.